Por:
La profesora, critica y Dramaturgista; M. Soledad Lagos, Dr. Phil. - Santiago de Chile
Observo en la pieza
una constante tensión entre estos campos, además de un enfoque dividido por
géneros, respecto de lo privado y lo público. En la familia de los Mazzone, los
diálogos que presenciamos entre el padre y el hijo están todo el tiempo
condicionados por la imagen que, en lo público, ellos se encargan de proyectar
de sí mismos. Vemos también al comienzo a una hija
demasiado carente de afecto, que se siente poco importante para su hermano y su
padre y, entre otros motivos, quizás por eso instala la tragedia a partir de
una calumnia contra el novio que decide dejarla, calumnia que se le viene en
contra, conforme avanza la obra y, por último, vemos a un hijo que es entrenado
en lo que el padre considera que es fundamental que aprenda, para convertirse
en alguien respetado en el espacio de lo público.
Por otro lado, en
la familia de Hipólita todo el tiempo el espacio privado está operando como
espejo de una sociedad que basa su convivencia en la violencia explícita. Es
llamativo ver cómo se relaciona la madre con sus hijos, siempre enfatizando que ella, como mujer, no
les va a dar lecciones de lo que ellos tienen que hacer, porque los hombres
saben lo que hay que hacer, en tanto, a la vez, los guía hacia la consumación
de la tragedia que ha planificado cuidadosamente por venganza.
Es interesante asimismo
el modo en que la obra no sólo juega con la intertextualidad, en el sentido de
hacer referencia a Titus Andronicus, de Shakespeare, escrita en 1593 y
estrenada en 1594, sino también a la ópera “La violación de Lucrecia”, con
música de Benjamin Britten y libreto de Ronald Duncan, estrenada en 1946, que,
a su vez, se refiere tanto al texto homónimo escrito en 1931 André Obey como al
poema de Shakespeare, para evidenciar el tema de la venganza y la violencia,
trasladado a un ámbito urbano, en el que conviven los modos de vivir y entender
la vida de dos familias de diferentes extracciones sociales, cuyos destinos se
entrecruzan en forma fatídica a consecuencia del mecanismo que Lucrecia se
limita a graficar, el de la violencia desencadenada a partir de la sed de
venganza. Postulo que Lucrecia crece en un ambiente de violencia soterrada,
pero violencia al fin, en el que sólo hay lugar para hombres racionales y
exitosos y donde no caben los berrinches de una jovencita ávida de cariño, de
modo que su forma de comportarse es también reflejo de un entorno donde las
mujeres o bien son objetos de deseo o bien son niñas (“la pequeña Lucrecia”, la
llama su padre y también más adelante en la obra, Hipólita, la madre de Andrés,
que la reduce a un objeto en el que concretará su propia venganza por el
suicidio de Andrés, que en realidad fue un asesinato, en tanto se asesinó su
imagen en el espacio público, donde pasó de un día para otro a ser tildado de
“violador”, algo que, se nos sugiere, no fue capaz de resistir).
Muy creativa
considero la estrategia de recibir a los espectadores con unos dulcecitos, que
terminan siendo metáfora para los cuerpos muertos de los hermanos de Andrés,
cuerpos donde se condensa la venganza de Julio Mazzone, dirigida a Hipólita,
quien, se nos muestra, ha sido su amante y, de acuerdo a sus propias palabras,
la única mujer capaz de hacerlo reír. El cuerpo de Hipólita es, para Julio
Mazzone, territorio de deseo y de conquista y, en ese sentido, espacio privado
en el que despliega lo que en el espacio público encubre.
A pesar de la
información de la que disponemos en nuestros días acerca de las guerras y los
horrores que en ellas se cometen, en cualquier época histórica, llama la
atención la persistencia en definir los cuerpos femeninos como territorios de
ocupación y apropiación en el sentido más político del término. El cuerpo de
Hipólita también es recipiente o receptáculo, a la vez que el lugar de
gestación en sentido concreto y metafórico: gestación de los hijos que tuvo y
de la venganza que los anima a consumar. Por otra parte, el cuerpo de Lucrecia,
en tanto territorio de concreción de una violencia en la que aflora la óptica
patriarcal heredada o transmitida de generación en generación tanto por hombres
como por mujeres, es mutilado en sus funciones reproductivas no sólo de vidas
futuras, sino de transmisión de información: al cortarle la lengua, lo que los
victimarios hacen es interrumpir la cadena de la transmisión oral de la
experiencia, tan característica del gran relato femenino, del que se nutren
hombres y mujeres en una sociedad que, esperemos, sea menos violenta que la que
nos muestra la pieza “Tragedia urbana”.
Por: Ricardo Kosovski, Actor, Director y
Profesor de Escola de Teatro UNIRIO (Rio de Janeriro)
En
la presentación del programa del espectáculo “D-Generación” se afirma que la
obra “narra una historia que nace de una mentira y que termina en tragedia. Una
tragedia urbana, actual. Atravesada por la violencia como reacción, como
respuesta, como camino, como solución”.
La violencia no es un estigma de la sociedad contemporánea.
Ella acompaña al hombre desde tiempos
inmemoriales, desde la prehistoria, pero en cada tiempo Ella se manifiesta de
formas y en circunstancias diferentes. Adopta nuevas caras y se viste con
variadas máscaras. La palabra “violencia” tiene como raíz, violar, que clásicamente
tiene los siguientes sentidos: transgredir, profanar, forzar, obligar, hacer una
acción impetuosa. La
venganza hoy forma parte de las acciones de buena parte de la humanidad.
El
elenco recibe al público como personajes, con una atmosfera sugestiva,
invitando al espectáculo teatral. Se crea un clima como si estuviesen en una especie
de purgatorio teatral, en un ritual de espera: espera de que el público se
acomode e ingrese afectivamente en el espacio; y espera de los personajes
ávidos por comenzar la trama que los mantiene ahí, casi como una trama pirandelliana.
La
puesta imprime resoluciones escénicas fuertes, definidas a partir de
convenciones de una teatralidad pura y abierta. Hace uso de la especificidad
del teatro sin ningún otro apoyo que no sea el actor y el espacio vacío, sin
filtro, sin ilusión. La narrativa y la estructura épica en el sentido
brechtiano son adoptadas explícitamente. Se entremezclan escenas cerradas de
cuarta pared, dramáticas en esencia, con quiebres a partir de la enunciación de
cada escena y la libre circulación de los actores-personajes.
Desde
el punto de vista actoral, sin juicio de mérito, es visible el
desenvolvimiento, la seguridad y la técnica sobre la cual se basa la actuación:
dentro de una escuela que busca el realismo interpretativo. Los personajes se
deslizan en la escena.
Una
de las críticas que hago es en relación a la solución un tanto artificial y
primaria en el uso de la pistola y las muertes que surgen a partir de los
disparos producidos por el revólver.Menciono este aspecto porque considero el
espectáculo sofisticado, con resoluciones creativas y maduras, y creo que eso
mismo debería ocurrir en relación a las muertes causadas por arma de fuego. Yo
ya había señalado días atrás, con Renato Ferracini, que siempre me pareció que
matar y hacer escenas de sexo en teatro son las acciones más difíciles de
realizar escénicamente, si se adopta el camino del realismo estricto. En esto
el cine y la televisión Le llevan ventaja al teatro. Es necesario encontrar el
registro teatral para eso. En la escena de la violación, por ejemplo,
inteligentemente el espectáculo brinda un black-out dejando a la imaginación de
lo que ocurre con Lucrecia en aquel acto de violencia sexual. Lo que imaginamos
será siempre más cruel que aquello que se pueda mostrar en escena.
En
cuanto al ser humano Shakespeare nos enseña algo importante, incluso
fundamental: el hombre no es Bueno o malo, apenas es hombre. Shakespeare
percibió lo que Marx descubriría más tarde: el hombre es una unidad de
contradicciones, maldad y bondad que las carga en el pecho, al mismo tiempo y a
todas horas. La política es, metafóricamente, un arte de hombres libres,
justamente por el esfuerzo y el conocimiento que se requieren para gestionar
acciones que regulen los Estados y preparen a las sociedades contra las trampas
y las dificultades del destino.
Para
Shakespeare, el arte encuentra sentido en la política ya que ésta se diluye en
la vida. La política debe ser recuperada para poder descifrar mejor los
secretos del hombre y la sociedad.
Como
dice el personaje Macbeth: “La vida está llena de ruido y furia, pero al final
no significa nada”. Y entonces, caemos en el vacío. Esta es quizás la lección
que debe ser comprendida a través de Titus Andrónicus / D-Generación: mucha
vociferación para nada o, incluso, “mucho ruido y pocas nueces”.
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